Un poeta fascinante
Escribir en Ecuador es desde ya una odisea. Pero escribir obras cuya temática gira en torno a la homosexualidad, eso sí es (valga el término) tener huevos.
Hace 4 meses viajé a Cuenca y descubrí en una de sus librerías precisamente algo que demostraba lo que aquí he referido.
Una joyita bibliográfica, y además, revolucionaria. Se trata del poemario "A la sombra del corsario" de Franklin Ordóñez Luna (Loja, 1973).
En Ecuador, la temática homosexual en la literatura se ha tratado muy poco. Como siempre, Pablo Palacio -nuestro gran vanguardista- la trató indirectamente en el cuento "Un hombre muerto a puntapies". Eso, allá por los años 30.
Últimamente, desde 1985 para acá, ha surgido una camada de escritores nacionales que se han liberado de los prejuicios y han decido dar un paso en nuestra cerrada y conservativa literatura.
Son Roy Siguenza, Cristóbal Zapata y -por supuesto- Franklin Ordóñez, de quien este post trata.
A excepción de Zapata, Siguenza y Ordóñez no son cuencanos; pero han centrado el desarrollo y divulgación de su producción literaria en esta ciudad.
Dejemos estos antecedentes y dediquémonos mejor a lo que atañe este post.
Me tomaré el atrevimiento de publicar tres poemas de Ordóñez, de su libro "A la sombra del Corsario", publicado por la Universidad de Cuenca en su colección La (h)onda de David en el año 2004, y uno tomado de la página del IX Encuentro Nacional de Literatura Ecuatoriana realizado el 2005 en Cuenca.
Sé que Franklin será un gran escritor. Bien por ti, has decidido romper algo que hace mucho tiempo tenía que ser liberado.
Disfrútenlos.
Noche a Lesbos
Somos diez rumbo a Lesbos. El adolescente es el último que trepa a la barca. Se sienta a mi lado.
Troya es humo y cenizas. Duermo (Héctor doma mariposas, baila con caballos).
Su pierna contra la mía me despierta.
Deslizo mi mano, tomo la suya. Somos dos camino a Lesbos.
La aldea donde juega Cástor
(El árbol del pan ha florecido.
La tierra quemada es nido para aves.
Las trompas de las montañas gritan tu nombre)
Dómame con besos, potro desbocado.
Cuenca, 2002
Esperando a Aquiles
Todas las tardes el joven va a la orilla del mar y entre la bruma busca un carruaje halado por caballos. Sobre el carro al héroe de batalla. Esa tarde escucha las oraciones que navegantes han inventado al guerrero. Algún día apareceremos en sus sueños, juntos. Por boca de nuevos muertos sabe que en la isla donde creció el amado, la llamada de Aquiles, se comienzan a levantar templos. Sobre un acantilado ve muros de mármol, en su interior el altar donde el guerrero viste su armadura. Una inscripción hablará del amor y los amantes, de la locura del sobreviviente al perder al amado. Del corazón marchito del amado esperando el encuentro.
Enciende fuego. Con piedras y ramas de mandrágora levanta altares. Sobre un mantel coloca pan, dos copas de vino. No sabes cómo me atemoriza que no des conmigo, que en tu viaje al país de los muertos me olvides. Hay veces que tomo ramas encendidas y las alzo al aire, grito aquí estoy, mírame, soy Patroclo... Por ti me embriagaría con la sal de los mares, bebería las rocas y sus huesos.
Siempre comentaste mi impaciencia. Pero tengo miedo que me encuentres diferente, lleno de años y vacío. Tengo miedo a olvidar tu voz; se están borrando los bajeles que tatuaste en mi ombligo. Tengo miedo de que olvides las caricias de mis labios; mis manos con las que aprendí las líneas de tu cuerpo. Hay veces que me invade el terror y te imagino en otros brazos. Qué sería de nosotros si no hubiera jugado al héroe. Peleé para ti, intenté sorprenderte. Pero los dioses estaban con Héctor. Esa mañana me contemplabas desde el lecho.
-Eres un niño- me dijiste.
Sonriente me vestí con tus prendas; me armé con tu lanza, tu escudo. Salí al campo de batalla. Aquiles, más duele tu silencio que las heridas.
A Oscar Villegas
Hace 4 meses viajé a Cuenca y descubrí en una de sus librerías precisamente algo que demostraba lo que aquí he referido.
Una joyita bibliográfica, y además, revolucionaria. Se trata del poemario "A la sombra del corsario" de Franklin Ordóñez Luna (Loja, 1973).
En Ecuador, la temática homosexual en la literatura se ha tratado muy poco. Como siempre, Pablo Palacio -nuestro gran vanguardista- la trató indirectamente en el cuento "Un hombre muerto a puntapies". Eso, allá por los años 30.
Últimamente, desde 1985 para acá, ha surgido una camada de escritores nacionales que se han liberado de los prejuicios y han decido dar un paso en nuestra cerrada y conservativa literatura.
Son Roy Siguenza, Cristóbal Zapata y -por supuesto- Franklin Ordóñez, de quien este post trata.
A excepción de Zapata, Siguenza y Ordóñez no son cuencanos; pero han centrado el desarrollo y divulgación de su producción literaria en esta ciudad.
Dejemos estos antecedentes y dediquémonos mejor a lo que atañe este post.
Me tomaré el atrevimiento de publicar tres poemas de Ordóñez, de su libro "A la sombra del Corsario", publicado por la Universidad de Cuenca en su colección La (h)onda de David en el año 2004, y uno tomado de la página del IX Encuentro Nacional de Literatura Ecuatoriana realizado el 2005 en Cuenca.
Sé que Franklin será un gran escritor. Bien por ti, has decidido romper algo que hace mucho tiempo tenía que ser liberado.
Disfrútenlos.
Noche a Lesbos
Somos diez rumbo a Lesbos. El adolescente es el último que trepa a la barca. Se sienta a mi lado.
Troya es humo y cenizas. Duermo (Héctor doma mariposas, baila con caballos).
Su pierna contra la mía me despierta.
Deslizo mi mano, tomo la suya. Somos dos camino a Lesbos.
La aldea donde juega Cástor
(El árbol del pan ha florecido.
La tierra quemada es nido para aves.
Las trompas de las montañas gritan tu nombre)
Dómame con besos, potro desbocado.
Cuenca, 2002
Esperando a Aquiles
Todas las tardes el joven va a la orilla del mar y entre la bruma busca un carruaje halado por caballos. Sobre el carro al héroe de batalla. Esa tarde escucha las oraciones que navegantes han inventado al guerrero. Algún día apareceremos en sus sueños, juntos. Por boca de nuevos muertos sabe que en la isla donde creció el amado, la llamada de Aquiles, se comienzan a levantar templos. Sobre un acantilado ve muros de mármol, en su interior el altar donde el guerrero viste su armadura. Una inscripción hablará del amor y los amantes, de la locura del sobreviviente al perder al amado. Del corazón marchito del amado esperando el encuentro.
Enciende fuego. Con piedras y ramas de mandrágora levanta altares. Sobre un mantel coloca pan, dos copas de vino. No sabes cómo me atemoriza que no des conmigo, que en tu viaje al país de los muertos me olvides. Hay veces que tomo ramas encendidas y las alzo al aire, grito aquí estoy, mírame, soy Patroclo... Por ti me embriagaría con la sal de los mares, bebería las rocas y sus huesos.
Siempre comentaste mi impaciencia. Pero tengo miedo que me encuentres diferente, lleno de años y vacío. Tengo miedo a olvidar tu voz; se están borrando los bajeles que tatuaste en mi ombligo. Tengo miedo de que olvides las caricias de mis labios; mis manos con las que aprendí las líneas de tu cuerpo. Hay veces que me invade el terror y te imagino en otros brazos. Qué sería de nosotros si no hubiera jugado al héroe. Peleé para ti, intenté sorprenderte. Pero los dioses estaban con Héctor. Esa mañana me contemplabas desde el lecho.
-Eres un niño- me dijiste.
Sonriente me vestí con tus prendas; me armé con tu lanza, tu escudo. Salí al campo de batalla. Aquiles, más duele tu silencio que las heridas.
Cuenca, 2003
(De "A la sombra del corsario", Cuenca, 2004)
Bar del Infierno
A Oscar Villegas
Unos pasean sus falos. Otros estamos en calzoncillos.
Abajo, en el sótano, el semen da volteretas: escucho sus pasos, su cansancio al trepar las paredes.
Me atrevo y bajo. Abro mis puertas
Abajo, en el sótano, el semen da volteretas: escucho sus pasos, su cansancio al trepar las paredes.
Me atrevo y bajo. Abro mis puertas
(Tomado de: http://www.encuentroliteratura.org/fordonez.html)